Rabietas

Cuando oímos la palabra rabieta seguro que nos viene a la mente típica escena de niño tirado en medio del supermercado chillando y una madre a su lado debatiéndose entre la vergüenza y las ganas de desaparecer bajo un "tierra trágame". ¿Cómo creéis que os sentiríais siendo esa madre? Y lo más importante, ¿Cómo creéis que se siente el niño en ese momento? ¿Qué puede haberle llevado a ese momento de extrema excitación e ira? ¿Por qué no deja de llorar sin más?
Ahí está el quid de la cuestión.
Sobre los 2-3 años los niños se encuentran en AUTOAFIRMACIÓN, es decir, saben que son personas con voz y voto propio y harán todo lo posible por hacernos saber que su opinión es distinta a la nuestra y que no accederán fácilmente a nuestra voluntad.No se trata de desafiar, de soberbia, ni de mala educación. Se trata de su evolutiva innata, que les empuja a querer llevar su voluntad hasta el final sin contemplar al otro.
Una vez comprendido esto, debemos separar el comportamiento del niño de atribuciones negativas que dañarían su autoestima (eres malo, te portas fatal...) y añadir una dosis extra de paciencia a nuestro día a día con ellos.Ya sean nuestros hijos, sobrinos o alumnos, solemos conocer bien al niño y la rabieta no aparecerá de nada, ya habremos observado cómo su actitud va creciendo hasta llegar a ese punto y ahí lo importante es saber cortarlo a tiempo.Cuando un niño va a ir de 0 a 100, es mucho más fácil pararlo y reconducirlo al 30-40 que al 80. Cuando comencemos a ver señales de que esto está sucediendo, es importante poner palabras, mantener el límite y ofrecer alternativas que logren llevar por otro camino al niño.Cuando esto no funciona y llegamos al llanto extremo, no debemos desesperar, sino poner palabras, reconocer sentimientos y estados emocionales.
Ofrecernos disponibles al niño para ayudarle a calmarse pero sin ceder a sus exigencias ya que si lo hacemos todo habrá sido en vano y el niño aprenderá que llegando a ese estado consigue lo que quiere.